El gobierno de Estados Unidos confirmó un ataque militar contra el Estado Islámico en el noroeste de Nigeria durante las celebraciones de Navidad. La operación, anunciada por Donald Trump en redes sociales, fue presentada como una respuesta directa al accionar de grupos extremistas en la región, aunque sin precisiones sobre objetivos ni fechas concretas.
Desde Washington, el foco estuvo puesto en la situación de las comunidades cristianas en Nigeria. Trump y dirigentes republicanos sostienen que existe una persecución sistemática por parte de milicias islamistas, una narrativa que ganó fuerza en los últimos meses y que derivó en la designación del país africano como “de especial preocupación” por la libertad religiosa.
Sin embargo, el gobierno nigeriano rechaza esa interpretación. Las autoridades aseguran que la violencia no responde a una guerra religiosa, sino a un entramado complejo de conflictos armados, terrorismo, criminalidad organizada y disputas territoriales que afectan tanto a cristianos como a musulmanes. En ese marco, Abuja confirmó que el operativo fue coordinado con EE.UU. y negó cualquier motivación confesional.
Organismos y analistas internacionales advierten que las cifras de víctimas citadas por sectores políticos estadounidenses son difíciles de verificar. Mientras algunas ONG hablan de miles de cristianos asesinados, otros relevamientos indican que la mayoría de las víctimas de los grupos yihadistas en Nigeria son musulmanes, y que muchos ataques responden a disputas por tierras, agua y control territorial.
El bombardeo reabrió el debate sobre el rol de Estados Unidos en África y el uso político de la información en contextos de alta sensibilidad. En un país atravesado por múltiples crisis de seguridad, la intervención extranjera suma presión a un escenario ya marcado por la fragmentación, la violencia persistente y la desconfianza entre actores locales e internacionales.