El discurso oficial de la administración de Javier Milei apunta a profundizar la cercanía con Estados Unidos y a reducir la influencia china en la Argentina. Sin embargo, puertas adentro del entramado empresario, la realidad muestra un escenario muy distinto: las grandes compañías que traccionan la economía local sostienen una relación estrecha y difícil de reemplazar con el gigante asiático.
En el complejo agroindustrial, China es un socio clave. Empresas históricas como Vicentin y Molinos Río de la Plata tienen al mercado chino como destino central de sus exportaciones de soja, mientras que la estatal Cofco, a través de su filial local, se consolidó como uno de los principales exportadores de granos del país. A esto se suman cooperativas y firmas del sector azucarero y frigorífico, que encontraron en la demanda asiática un motor de crecimiento sostenido.
La interdependencia también se replica en energía y minería. Pan American Energy cuenta con participación accionaria de la petrolera china CNOOC, lo que implica intereses directos de Beijing en la producción de hidrocarburos. En el litio, proyectos estratégicos del norte argentino tienen mayoría de capitales chinos, como el caso de Cauchari-Olaroz, donde Ganfeng Lithium juega un rol central junto a socios occidentales.
El vínculo se extiende al sistema financiero y la obra pública. Bancos de origen chino funcionan como puentes para el comercio exterior y los acuerdos de swap de monedas, mientras que consorcios liderados por empresas estatales asiáticas participan en represas, ferrocarriles y proyectos de infraestructura, muchas veces asociados a compañías argentinas.
Así, más allá de las definiciones ideológicas y diplomáticas, el intento de “desacople” con China choca con una estructura productiva donde el socio asiático es clave para sostener exportaciones, inversiones y financiamiento. Una relación que, por ahora, parece blindada por el pragmatismo económico.